Jun 2, 2006

CONCIENCIA

Has nacido para ser la voz del silencio,
para herir de muerte a la ignorancia,
Naciste para mí, y yo nací para el mundo.
Después de todo, eres más que tú misma,
un pedazo de contradicción entre los hombres,
eres nada más que nada, eres como yo vago y peregrino,
como el tiempo.

Te encontré en una fría noche de mi vida,
entre voces y quejidos, entre orfandad e hipocresía,
pero he logrado ser feliz en la desgracia.
Me presenté como una negación entre tus labios,
al descubrir tus ruines mitos cavernarios…
¡A conciencia!
¡Te has negado tantas veces
y tantas veces te he cantado…!

PARECIDO A EL

Sólo dejaba en el taburete una crema de dientes y su cristina. Su ropa militar la llevaba a lavar, aprovechando el tiempo de descanso.
Un “carajo” lo devolvió a la cuadra, al voltear, vio la cara deslucida del sargento Malqui quién le prometió, al regresar, un par de bofetadas por haber sido el último en salir de aquél ambiente.
Malqui pudo dar los golpes en ese momento, pero se sintió cansado, y hasta encontró un sin sentido a los golpes y a los gritos, cosa que había sido su trabajo en estos 17 años de reenganche en el ejercito.
- ¿el trabajo dignifica? – Se preguntó - No. Ahora sé que no todos los trabajos son dignos – pensó –
Como lo hicieron con él, enseñaba a sus reclutas a querer a la patria a punta de golpes, mierdas y “carajos”; de sembrar una envidia perversa frente a sus países vecinos y bloquear su capacidad de razonamiento al habituarlo a la frase de:” ¡un soldado no piensa, obedece!”.
En su juventud no hubiera dudado en ningún momento defender, en caso de guerra, a su patria. Ahora lo dudaba, su amor se había desvanecido como el aroma de un vino al ambiente, obedecer a generales inmorales lo decepcionaba a cada momento.
Disciplina era lo que había buscado siempre de la vida militar. Nunca pretendió exigir a la vida condolencia, a pesar de que nunca conoció el amor de su padre, ni el pan a la hora esperada, ni la atención de una madre desesperada, ni la educación - más extraviada que nunca - y todo lo bueno de esta vida, ausente para un pobre.
El ejercito significaba en su juventud la disciplina que necesitaba, muchos jóvenes de su edad se entregaban a los vicios pueriles de una realidad ingrata, la falta de oportunidades hacían de estos humanos retazos de una existencia inútil, vacía de todo futuro.
La acuciosa reflexión, relativa al pan que llevaba en el estómago, hizo que se decidiera enrolar al ejército y encontrarle una razón a su vida, darse una oportunidad de ser alguien y para algo.
Sin embargo, estos 17 años fueron, para decepción suya, el reflejo de su infancia triste, ahora sin padre ni madre, sin la risa de niño, sin afecto.

Caminaba, dejaba el asfalto del patio principal y se dirigía a la cantina, siguiendo la marcha arrítmica de tres soldados. Allá, tenía la difícil tarea de posar sus reflexiones en un vaso de agua, refrescar el alma con un poco de todo y un poco de nada. Sentado en la mesa del rincón, solo junto a la ventana que daba a la oficina del general se sentía solo, lejos le parecían los días en que, cristina en mano, saludaba con honor a sus jefes.
Al terminar el último sorbo de agua comprendió que en esta vida había necesitado más dignidad que disciplina, sintió pena por eso; mirando su botas relucientes se paró, dejando caer la botella se dirigió a la salida sin pestañar, estaba como ido, poco a poco dejó de percibir el ruido, el frío del aire invernal, y hasta pensó que desmayaría, pero su cuerpo lo dirigía reciamente hacía la puerta que daba a la calle.
Inhibido hasta el extremo, pensaba, sólo pensaba. Trataba de enumerar todas las patadas e improperios que había recibido y dado en estos años de servicio. Todo lo que había buscado se lo arrebataron y arrebató a los demás.
Recordaba años posteriores, muy anteriores a la vida militar, recordaba la ciudad natal y a su madre enferma, las navidades tristes, los cumpleaños sin velas, los días sin amor, la escuela irritada por los niños, los amores idos y los besos que nunca dio.
Siempre en sueños sonaba la campana de su pueblo, perdido en el olvido, la canción de una madre desesperada, dulces melodías que terminaban por acompasar un himno nacional, símbolo inequívoco de que el sueño moría en el amanecer de un día.
Frente a la cabina de vigilancia se detuvo abruptamente, había recordado la cara del soldado Trujillo, pálido, con los ojos del color de la sangre y su lengua, que fuera de la boca parecía tener un largo impresionante.
Sintió su frente fría, temblaba. Dando una media vuela militar, fue resuelto hacia la oficina del general, frente a ella toco la puerta turbadamente:
- ¡reportándose mi general! – saludó Malqui –
- Lo esperaba Sargento – respondió el general – ¿y ahora que le diremos a sus familiares? ¿que no soportó la disciplina militar? - preguntó –.
- Que no aguantó los maltratos –susurró Malqui –
- ¿Qué dijo?
- Nada mi general – respondió –
Malqui sentía que el alma se le acurrucaba por la tristeza, pero a la vez, sentía un odio incontrolable acrecentarse dentro de él, que hacía temblar su cuerpo.
- Si no hubiéramos hecho su vida tan miserable, talvez no se hubiera colgado – expresó con ira -
- ¿Por qué lo mando a la cuadra en la hora de marcha forzada? – gritó el general –
- Pensé que descansar le haría bien…
- ¡Un soldado no piensa sargento, obedece! – respondió, chillando la voz – Ahora, retírese de mi vista.
- ¡Si mi general! – respondió - .
Dando un giro se retiró.
Mientras se alejaba, sentía que en cada paso se le iba algún recuerdo, talvez el de su pueblo, o el canto de su madre desesperada.
Desde aquél día, y por muchos años, solo tendría en su mente la imagen fija del soldado Trujillo, colgado con una soga en el dintel de la cuadra, con sus ojos color sangre y una lengua que parecía llegar hasta el suelo.