Jun 29, 2006

PERDIDO

Acongojado, adormitado por la muchedumbre impenitente, en aquel barrio sin nombre, en aquel sillón aterciopelado de la única iglesia del pueblo me hacía sentir solo.
Oler la melancolía de muchas vidas es tan fácil cuando aprendes a amar más allá de una cara o una figura, cuando necesitas tocar más allá que dos manos o una cara, cuando sientes la necesidad de ayudar al niño que te pide ayuda o a la mujer que mendiga un plato de pan para el hijo.
Aquella noche se hacía más noche por mi imperfecta naturaleza humana. Me sentía resquebrajado desde el vientre de mi madre, perdido en ideas confusas, negando una vida, negando los años. Sentado en aquél sillón, mordiéndome los labios, sintiendo rabia, tristeza y miedo me preguntaba desde cuando la iglesia dejo de ser iglesia de Cristo para convertirse en el brazo inflexible de una sociedad capitalista, cuando perdió la lengua, cuando se volvió cobarde el hombre de roca, sucesor de Pedro, y los demás, para denunciar tanta injusticia, tanto atropello.
Aún sentado, perdido en el silencio de aquella iglesia mis lágrimas se hacían benditas con la esencia de algo, ese algo que se perdió en homilías sordas, descompasadas de la realidad.
Inhibido, tratando de ser normal en mis facciones, ahora parado, con las manos en los bolsillos, con la mirada perdida, me transfiguraba, perdía todas las defensas de una fe enclenque, la doctrina de una iglesia desconocida, tratando de buscar la verdad donde había dejado de buscarla, tratando de encontrar a alguien que perdí, al que perdí, lo más importante. El silbándome a los oídos me decía muchas cosas, tratando de coger su ritmo me perdía, distraído en el horizonte borroso de aquel barrio sin nombre.
Es tan fácil decir amar, ¿cuando amas?, como puedes amar algo cuando pierdes cada día, en actos duros, palabras que definen el sentimiento. ¿Cómo osas decir te amo? cuando permites que bajo tu mesa se escriba la miseria con golpes de indigencia y embriaguez, cuando te golpean, cuando te destruyen con dedos punzantes tu humanidad, cuando sólo ves sombras, cuando te encuentras encadenado, de espaldas a una luz tibia, liberadora.
Interpretas el amor, los sentimientos, cuando son pocos tus sentidos e incompletas tus respuestas, cuando vives ausente de ti mismo. Preguntándome en mi abandono, parado en aquella iglesia lúgubre, tratando de encontrar algo que perdí hace poco, talvez un amor egoísta que me hacia feliz, sentimiento incompleto de una existencia vivida a medias.
Tocando fondo, perdido hasta mi autodestrucción, me vuelvo, sintiendo el frío, parado inerte en la noche más oscura que pueda recordar, perdiéndome en el horizonte borroso de mi pasada vida, tratando de recuperar piezas de una existencia incompleta. Intranquilo receloso hasta de mi madre, tropezando con hojas rojas que vuelan hacia un otoño inmaduro, con más frío aún, mi cuerpo gravita entre dos mundos, los ojos idos, sintiendo el estado de nirvana, me pliego a una niñez pasada, a algo que pueda rescatarme de mi sufrimiento, negando mis revoluciones, negando mis ideas, perdiéndome en el horizonte de aquel barrio sin nombre. Vuelvo a casa.

ENCUENTRAME

Has sembrado inusitadas ansias
en el cuerpo que cobija mi cansado corazón.
Iluminada, más allá de lo absoluto,
crees ser dulzura perfecta, cansada amada,
tus labios me llevan a playas mansas de sol y luna,
de brisa y tierra color canela.
Anhelas la ternura, un verso,
un batido corazón que trajina con sus versos,
perdiéndome en lo tuyo, profanando tus suspiros,
encontrando letras vivas, amores, un verso y tu nombre.
Ajena, mujer ausente, hieres con tu risa lejana,
con tu vida incierta, desviada, distante.
Imagíname en un rincón de la sala, pensando, riendo, feliz,
y yo te buscaré en mi pecho abierto,
buscando tu risa,
buscándome en el rincón donde me encuentras

Jun 2, 2006

CONCIENCIA

Has nacido para ser la voz del silencio,
para herir de muerte a la ignorancia,
Naciste para mí, y yo nací para el mundo.
Después de todo, eres más que tú misma,
un pedazo de contradicción entre los hombres,
eres nada más que nada, eres como yo vago y peregrino,
como el tiempo.

Te encontré en una fría noche de mi vida,
entre voces y quejidos, entre orfandad e hipocresía,
pero he logrado ser feliz en la desgracia.
Me presenté como una negación entre tus labios,
al descubrir tus ruines mitos cavernarios…
¡A conciencia!
¡Te has negado tantas veces
y tantas veces te he cantado…!

PARECIDO A EL

Sólo dejaba en el taburete una crema de dientes y su cristina. Su ropa militar la llevaba a lavar, aprovechando el tiempo de descanso.
Un “carajo” lo devolvió a la cuadra, al voltear, vio la cara deslucida del sargento Malqui quién le prometió, al regresar, un par de bofetadas por haber sido el último en salir de aquél ambiente.
Malqui pudo dar los golpes en ese momento, pero se sintió cansado, y hasta encontró un sin sentido a los golpes y a los gritos, cosa que había sido su trabajo en estos 17 años de reenganche en el ejercito.
- ¿el trabajo dignifica? – Se preguntó - No. Ahora sé que no todos los trabajos son dignos – pensó –
Como lo hicieron con él, enseñaba a sus reclutas a querer a la patria a punta de golpes, mierdas y “carajos”; de sembrar una envidia perversa frente a sus países vecinos y bloquear su capacidad de razonamiento al habituarlo a la frase de:” ¡un soldado no piensa, obedece!”.
En su juventud no hubiera dudado en ningún momento defender, en caso de guerra, a su patria. Ahora lo dudaba, su amor se había desvanecido como el aroma de un vino al ambiente, obedecer a generales inmorales lo decepcionaba a cada momento.
Disciplina era lo que había buscado siempre de la vida militar. Nunca pretendió exigir a la vida condolencia, a pesar de que nunca conoció el amor de su padre, ni el pan a la hora esperada, ni la atención de una madre desesperada, ni la educación - más extraviada que nunca - y todo lo bueno de esta vida, ausente para un pobre.
El ejercito significaba en su juventud la disciplina que necesitaba, muchos jóvenes de su edad se entregaban a los vicios pueriles de una realidad ingrata, la falta de oportunidades hacían de estos humanos retazos de una existencia inútil, vacía de todo futuro.
La acuciosa reflexión, relativa al pan que llevaba en el estómago, hizo que se decidiera enrolar al ejército y encontrarle una razón a su vida, darse una oportunidad de ser alguien y para algo.
Sin embargo, estos 17 años fueron, para decepción suya, el reflejo de su infancia triste, ahora sin padre ni madre, sin la risa de niño, sin afecto.

Caminaba, dejaba el asfalto del patio principal y se dirigía a la cantina, siguiendo la marcha arrítmica de tres soldados. Allá, tenía la difícil tarea de posar sus reflexiones en un vaso de agua, refrescar el alma con un poco de todo y un poco de nada. Sentado en la mesa del rincón, solo junto a la ventana que daba a la oficina del general se sentía solo, lejos le parecían los días en que, cristina en mano, saludaba con honor a sus jefes.
Al terminar el último sorbo de agua comprendió que en esta vida había necesitado más dignidad que disciplina, sintió pena por eso; mirando su botas relucientes se paró, dejando caer la botella se dirigió a la salida sin pestañar, estaba como ido, poco a poco dejó de percibir el ruido, el frío del aire invernal, y hasta pensó que desmayaría, pero su cuerpo lo dirigía reciamente hacía la puerta que daba a la calle.
Inhibido hasta el extremo, pensaba, sólo pensaba. Trataba de enumerar todas las patadas e improperios que había recibido y dado en estos años de servicio. Todo lo que había buscado se lo arrebataron y arrebató a los demás.
Recordaba años posteriores, muy anteriores a la vida militar, recordaba la ciudad natal y a su madre enferma, las navidades tristes, los cumpleaños sin velas, los días sin amor, la escuela irritada por los niños, los amores idos y los besos que nunca dio.
Siempre en sueños sonaba la campana de su pueblo, perdido en el olvido, la canción de una madre desesperada, dulces melodías que terminaban por acompasar un himno nacional, símbolo inequívoco de que el sueño moría en el amanecer de un día.
Frente a la cabina de vigilancia se detuvo abruptamente, había recordado la cara del soldado Trujillo, pálido, con los ojos del color de la sangre y su lengua, que fuera de la boca parecía tener un largo impresionante.
Sintió su frente fría, temblaba. Dando una media vuela militar, fue resuelto hacia la oficina del general, frente a ella toco la puerta turbadamente:
- ¡reportándose mi general! – saludó Malqui –
- Lo esperaba Sargento – respondió el general – ¿y ahora que le diremos a sus familiares? ¿que no soportó la disciplina militar? - preguntó –.
- Que no aguantó los maltratos –susurró Malqui –
- ¿Qué dijo?
- Nada mi general – respondió –
Malqui sentía que el alma se le acurrucaba por la tristeza, pero a la vez, sentía un odio incontrolable acrecentarse dentro de él, que hacía temblar su cuerpo.
- Si no hubiéramos hecho su vida tan miserable, talvez no se hubiera colgado – expresó con ira -
- ¿Por qué lo mando a la cuadra en la hora de marcha forzada? – gritó el general –
- Pensé que descansar le haría bien…
- ¡Un soldado no piensa sargento, obedece! – respondió, chillando la voz – Ahora, retírese de mi vista.
- ¡Si mi general! – respondió - .
Dando un giro se retiró.
Mientras se alejaba, sentía que en cada paso se le iba algún recuerdo, talvez el de su pueblo, o el canto de su madre desesperada.
Desde aquél día, y por muchos años, solo tendría en su mente la imagen fija del soldado Trujillo, colgado con una soga en el dintel de la cuadra, con sus ojos color sangre y una lengua que parecía llegar hasta el suelo.