May 15, 2006

VOLVER HACIA MI

Hoy arrojo mi despedida al viento,
no puedo pensar más en tu amor,
hoy quisiera recuperar la vida que llevaste;
regresar del tiempo cuando marche con tu recuerdo,
encontrarme y retornar hacia mi,
dejando atrás lo que significo tu amor, regresar del destierro,
del país que significo tu amor,
donde nunca entendí tu idioma, tu mirada, ni tu alma.

No se si podré olvidarte, lo sé,
pero no quiero seguir siendo tuyo sin ser tuyo,
quisiera pertenecerme.
Regreso y quisiera hacerlo solo, sin mirar atrás.
Imaginar que nazco hoy y que mi nombre no te pertenece.
Quisiera regresar con la amnesia eterna del pasado,
olvidándome de ti, vivir sin tu amor…

DESENCUENTROS

Estaba a punto de recoger un billete de 100 soles que deambulaba por la acera, pero alguien lo “atrasó”, amagó tras su espalda y de un zarpazo se adelantó a sus reflejos.
- ¡miserable! – murmuró – ojala lo disfrutes.
¡Y yo que pensé que iba a tener un buen día!

Hablaba todo esto cuando de repente recordó que Nancy lo estaría esperando en aquella iglesia colonial, de cúpulas anaranjadas y portones inmensos, de grandes jardines frontales y paredes laterales sin ventanas.
- me dirá que no quiere saber nada más de mí – expresó - , lo merezco por imbecil… ojala que se consiga algo mejor que yo, en fin, sabía que no iba a durar.

Esa forma de emitir juicios le provenía de una rebeldía que desconocía, o al menos parte de él.
El billete perdido le hizo recordar lo poco que había ganado y lo mucho que había perdido en esta vida.
- El destino se burla de mi ¡carajo! – replicaba – mañana me baño con ruda por todos estos años de mala suerte.

La realidad es que estos años para Carlos habían sido muy duros, pensaba que la vida Universitaria lo había adormitado intelectualmente y de alguna manera había recortado o aniquilado la ilusión de convertirse en un insigne escritor y que la estupidez más grande de su vida fue entregarse a la voluntad de su padre.
La vida le parecía basura, y no podía esperar más el fin de semana para contárselo a “fallo Renato”, el amigo tronchero que le hacia la “taba” en esos viajes existenciales o de submundos.

Los patas sanos no me sirven, que ellos sigan especulando sobre el mundo, yo no necesito recordar esa mierda – decía – mientras el “fallo” le preparaba un cigarrito de marihuana…

Nancy, sentada en el banquillo del jardín frontal, esperaba 20 minutos más de lo pactado, pensando en su retrazo y en la falta de entrega para que la relación funcione.

- nunca debí llevarlo a casa, con lo extraño que es, y los amigos que frecuenta… ¡no me lo imagino como abogado¡ - pensaba –

Carlos era bastante divertido y extrañamente inteligente, sincero en lo que decía y, perversamente inocente en sus conceptos religiosos, algo vago para decir cosas bonitas, pero así lo quería y por eso pensaba darle otra oportunidad.

- ¡no me falles por favor! – murmuraba… -.
Las cosas para ella en estos años resultaban una negación a la vida de Carlos.
Con una preparación poco técnica y casi nula de conceptos medios, propio del conocimiento universitario latinoamericano, había logrado retener un trabajo bien remunerado, poco fatigoso y socialmente digno.
Sus rasgos de tipo anglosajón, la seguridad que tenía de ser bonita, más la espontaneidad de su carácter hacían de ella una ilusión pura y perturbable para casi todos sus amigos, que llegaron a fantasear o dedicarle poesías, rosas o chocolates.
Ciertamente le gustaba alimentar su ego en desprecios que de ves en cuando hacía a ciertos pretendientes que no cumplían su confusa receta para ser feliz. Lo cierto es que le parecía muy extraño que su famosa receta tampoco la cumpliera Carlos, quien se presentaba con un currículo antitético de su hombre ideal.

Recordaba lo mucho que le había sosegado la vida y cuanto la quería aún, pero había sembrado ya la férrea estrategia de no suplicar y así lo haría.
- que supliquen por migajas los políticos de mierda, yo no – decía Carlos – no puedo forzar que ella se quede conmigo.
Esta actitud, que ha Nancy le parecía muy desagradable, la había heredado de de una madre dura para los afectos maternos. También lo debía a la escasa explicación que hallaba a ciertas maniobras que su padre, alcalde de la ciudad, hacía para obtener dudosas utilidades, aprovechando manejos de su competencia.
Doblaba la esquina cuando terminaba sus elucubraciones, cuando en el momento paró de caminar, volteó la cabeza y observo que todas las personas dirigían su mirada a un nuevo anuncio publicitario. “Sólo ofrezco honestidad, las obras vendrán después” era el mensaje, y el producto su padre, quien postulaba a la reelección.
- hablando del rey de roma – decía – ofrece otra huevada que se pueda creer pues,
- si no me dieras para mis gastos, hace rato te hubiera dicho algunas cosas – exclamaba –
Carlos concluía su prosa con una pena, y no era por su padre sino por el mismo.

Trataba de recordar algún momento en la cual la convivencia con el padre había sido afectivamente satisfactoria y no la encontraba.
- como puede querer al pueblo si no quiere ni a su hijo – decía –
- al menos yo amaba a la gente cuando era adolescente y lo aprendí leyendo un libro que ahora ni recuerdo.
Creo que era grueso y muy antiguo…
Nadie sacaba de su cabeza que Nancy lo dejaba por otro, y no la odiaba por eso.
Por lo demás él le era infiel cada cierto tiempo, cuando disfruta de 12 minutos de placer por el módico precio de S/. 15.00. sin contar claro, el colectivo y la entrada.

- Me confieso una chica centrada, pero valla que Carlos me ha puesto de cabeza – decía – no pienso ponerle “peros”, que diga que me ama todavía y lo seguiré hasta el fin del mundo – replicaba –
Nancy no podía creer lo que decía, podía tener a cualquier joven que quisiera, pero lo quería a él, y no pensaba dejarlo. Resultaba difícil, pero había creado una fijación anormal por el cariño de quién representaba una llaga en la piel moral de la sociedad, de las buenas costumbres y de la “convivencia”.
Recordaba las pláticas extrañas que tenían a menudo y los nombres que sacaba a discusión, ella se hacia a la idea de que eran músicos de esa moda Harcore, pero no,
- ¿Quien será Nietzsche?, algún guitarrista fumón, medio loco como Carlos – decía
¿Sartre?, ¡ah! él sí. Un escritor.
Nunca le prestaba la atención debida y pensaba que aquellos hombres eran líderes de una secta negra que iba contra todo pensamiento positivo.
- Nunca comprenderé lo que me atrae de él, pero sé que lo necesito, siempre lo necesité, tal ves cada persona necesita a uno como Carlos.
- reflexionaba: - ¿Pero que estoy diciendo?, me estoy volviendo loca – murmuraba -.

Volteaba la esquina y seguía pensando en el cariño de su padre y en la dulzura de la madre cuando de momento alzó la cabeza y estaba ella, a menos de 15 metros; de repente alguien muy bien parecido se acercaba a ella y la tomaba de los hombros. Aquel gesto aceptado de manera natural por ella hizo que Carlos entrara en una crisis de inseguridad y de verdadero odio.
El joven, muy parecido a ella, la sacaba de su espacio y la invitaba a subir el auto. Carlos no caminaba pero sentía que sus ojos llevaban su atención en aquella escena y la congelaba.
Nancy, en el momento, volteó la cabeza y lo miró. Haciendo un gesto de muy tarde, lo condenó. Luego hablamos – susurro de lejos - y se disponía a entrar al coche.
Carlos olvidándose por completo de sus muy juiciosos razonamientos, amagó la cabeza hacia delante y con una expresión que hacía trabajar todos los músculos de su cara, dibujo en sus labios una frase que nadie escuchó pero se entendió en todo el parque: “andate a la mierda”.
Carlos giro hacia atrás fuera de si. Había olvidado en lo que venía pensando y en el porque de su día.
Nancy había olvidado la razón de su espera y de momento sintió que parte de su vida ya no la recordaba. Subió al auto de su primo dignamente, dejando regados los recuerdos de un amor, de una vida que no comprendió, internándose en el sueño de viajar muy lejos.

May 12, 2006

Para la luz de mi Universo

Al despertar de un sueño te contemplo ¡madre mía!,
mientras ofreces los párpados a tus recuerdos.
Cobijas tu vientre tibio con un delicado abrigo
como quien piensa que todavía me tienes dentro de ti.
Adoro la vida porque sueles ser como ella.
Adoro el amor porque fue contigo que aprendí a decir te quiero.

Tu dolor es la tristeza que me agobia y
que sólo sabe aminorar tu sosiego.
Eres tiempo de luz, luz que alumbra mis espacios vacíos.
Moriría por verte vivir, resucitaría para verte vivir.
Cuantas veces al verme triste profanar quisiste
mis pensamientos.
Por no verme triste la luz de tu alma me brindaste y
una canción clara y diáfana me cantaste.

Si tú pensaras en dejarme, mi alma al aire retumbaría
y en la cripta de tus dulces besos lloraría en el oscuro día
de tu eterna despedida…

¡Madre! Si al rememorar mi futuro
no encontrara tu sonrisa, las agraciadas
flores de mis nobles sentimientos llevarías.

Recuerdo cuando tus risas de mediodía
alegraban la dulce morada y hoy
que todavía te tengo no extraño más nada que
mi infancia, cuando sin ningún prejuicio de hombre
tu dulce mirada abrazaba.

CLAUDIA


Todo parecía ser como antes, salvo por un detalle. Ella ya no era una niña.
La verdad es que comparándola con la demás mujeres que bordeaban su edad, Claudia parecía tres años mayor; no sólo por sus formas esbeltas y esa cara de mujer sensual, sino, por su manera de tratar a los demás chicos de su edad.
Yo la veía jugar, cuando todavía quería ser niña, y luego, enamorarse, cuando quiso ser mujer. No podía negarse nada. En realidad nada le faltaba, salvo el consuelo de un padre que muriera el día en que la vi nacer ante mis ojos.
El día que la conocí fue la última vez que vio a su padre vivo. Pálido - como todo muerto - pero con una expresión de felicidad extraña que, sólo encontrara el día de su muerte. La gente que lo conoció en vida nunca pudo recordar sonrisa tan sincera como la de aquel día, Sus ojos color miel eran impresionantes, su pelo describía una ruta zigzagueante que llegaba a estremecerme; delgada como la vida y toda envuelta de una rara aureola, más parecía un ángel que llevaba a un pobre infeliz a la misericordia de Dios.
Desde aquella vez sólo pude verla algunos meses después. Su familia la había mandado a vivir con unos tíos del sur, con la finalidad de aliviar sus penas del alma.
Pude comprender eso, pero no su rápida transformación de niña a mujer; fue como si una fuerza endógena la hubiera obligado a ser otra, en forma y en fondo. Casi no la pude reconocer.
Fue algo extraño. Caminaba un día sin rumbo por la casa donde vivía con su familia y no la vi. Sólo al regresar note que alguien me miraba desde una ventana cuyo marco de metal parecía abrirse por la luz que emanaba del interior. Era casi de noche.
La verdad es que siempre pasaba por aquella calle, nada más por saber alguna noticia de ella.
- ¡Deja de perder el tiempo! – replicaba Carlos, cada ves que me veía salir de casa para renovar mis votos peregrinos.
Era un gran amigo a quien conocí desde la infancia. Nunca más lo vi en esta vida, desde que se casara para ser infeliz.
Apenas podía verla. Como aquellas ves, parecía cubierta de una aureola rara. Quise entenderlo como un efecto de la luz que la alumbraba por detrás, y traté de no pensar más. Fue una mirada que duró pocos segundos, pero me bastaron para saber que había cambiado.
Pudo resultar esotérico lo que sentí, pero sucedió y me basto. Fue una observación interna. Mi alma miro a su alma y, por un momento me sentí dentro de ella. Comprendió que no podría saber más de ella y giro hacIa el interior, con una sensación de haber perdido algo. Tal vez un recuerdo de su padre, al que siempre miraba con tristeza sin saber porque. Sólo se juro no ser como él, un desdichado que nunca encontró alegría en la vida. Don Luis fue uno de esos pocos hombres que logra comprender que el mundo es una miseria y que el ser humano es un extraño género que se socializa para vivir solo, por su cuenta. Fue por eso quizás que le sonrió a la muerte con tanta gracia, agradecido por el favor que le hacía de morir.
Fue una transformación casi total. Su delgadez se había convertido en un recuerdo; el resplandor de la luz que la alumbraba por detrás, hacia que su figura contorneada se exhibiera en su totalidad. Había dejado además las ropas de luto, para usar blusas de manga corta y jeans ajustados.
No podía controlar mi respiración y traté por un momento de tranquilizarme, pero no pude. Al voltear a recoger mis pasos sentí que las lágrimas me bajaban por las mejillas. Sólo pude explicarlas con un: “la perdí”.
A menos de dos cuadras contradecía esta aseveración preguntándome: ¿con cuando fue mía?